viernes, 15 de mayo de 2015

Yo también nací en el Mediterráneo

Recuerdo que la playa estaba a un tiro de piedra de mi casa. Íbamos andando en invierno de mi casa a la playa, a jugar, a correr, a buscar conchas y cangrejos. Íbamos todos los niños de la pequeña finca, acompañados de nuestras madres, que aprovechaban para hablar y para disfrutar de esos rayos calientes de sol invernal del medio día, que tan maravillosos son. Esos que te hacen levantar la cabeza buscando al sol, sin darte cuenta. Ese sol invernal de mentiras,  que calienta, pero que no quema…


Los niños jugábamos en la arena, corríamos, vivíamos. La fresca brisa marina nos acariciaba la cara, jugaba con nuestros cabellos. Y éramos felices. Con esa felicidad absoluta que tienen los niños de corta edad.



Nos mudamos. A los 6 años de yo nacer, nos mudamos. Un pueblo del interior. Y me olvidé del mar. Es fácil de olvidarse de algo que ya no ves, de algo de lo que ya no puedes disfrutar. La distancia hace el olvido.


Y pasaron los años…


Pero el destino es caprichoso.


A los 27 años,  me mudé. De nuevo.


En mi vida, el mudarse de una ciudad a otra, ha sido un constante leitmotiv.


Y llegué a Denia.



Un precioso pueblo pesquero, con unas playas interminables.


Y volví al mar. Sin haberlo buscado. Aunque al principio no le hice mucho caso. Yo era una mujer despechada, porque su amante la había abandonado. Y cuando volví a ver el mar, hice como que no me importaba.


Hice  como si no me afectara ver ese mar azul eléctrico de invierno,



como si no necesitara, más que el aire, el pasear por sus largas playas desiertas,



como si sus amaneceres rojos no fueran tan intensos como en realidad lo son.




Pero  ¿a quién quería engañar?
No podía vivir sin él. El mar volvió a conquistarme. Y yo volví a enamorarme de su olor,  de la música de sus olas, de su brisa, de todas sus caras, de sus estados de ánimo, de sus amaneceres… Me enamoré de su vida.




Y a veces me siento un amor no correspondido, porque nunca podré devolverle todo lo que me da. Todo lo que me regala.


Su quietud,


y su furia también.




Su dulzura y su generosidad.




Y ahora ya sé, que estoy perdida para siempre.


Porque yo, nací en el Mediterráneo. Y llevo al Mediterráneo debajo de mi piel.


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4 comentarios:

la Rosa dulce dijo...

Preciosas fotografías y relato Verónica, a mi también me encantaría vivir en un pueblo con mar, me recarga de energía positiva.

atableconcarmen dijo...

Un post fabuloso y unas fotos ¿preciosas?, preciosas es poco.

Me ha encantado!!!!!

B7ssss

Mónica dijo...

Preciosa entrada, me ha encantado
besitos

Unknown dijo...

Gracias Mónica, Carmen y Rosa, por vuestros tan maravillosos comentarios! En verdad es un privilegio vivir en la playa.